Estoy
segura de que, a diferencia de muchos en esta clase, el antes y el después de
mi decisión lo marcó nada más y nada menos que mi madre. Bien es cierto que ha
habido profesores de inglés que me han podido marcar más o menos, pero mi madre
es quien lo comenzó todo. Recuerdo que un día, cuando tenía 5 años, vi a mi
madre cantar una canción en un idioma que no lograba identificar. Sabía que
nosotros hablábamos castellano y valenciano, y debido a eso, incluso llegué a
tener un cacao en la cabeza pensando que cada año cambiábamos de idioma, por lo
que asumí que el idioma que ella estaba utilizando al cantar sería el idioma
que “tocaba” aprender el próximo año. Cuando le comenté a mi madre lo que
pensaba, ella explicó que no, que no cambiábamos de idioma cada año y que lo
que ella estaba usando se llamaba “inglés”. Yo me interesé mucho y mi madre
empezó a imprimir las letras de las canciones. Juntas nos sentábamos, las
leíamos, me hacía traducirlas con la ayuda de diccionarios y explicaciones por
su parte (mi parte menos favorita) y después, cuando ya supiéramos lo que
significaba, entonces las cantábamos.
Cabe
destacar que mi madre es tramitadora de siniestros y nunca ha estudiado para
ser docente, pero a ella le han apasionado siempre las lenguas, así que con el
inglés y el valenciano tomó la decisión de llegar al nivel C2. Recuerdo como de
vez en cuando venían los hijos de las amigas de mi madre, que eran tres años
más mayores que yo, y se ponían en la mesa de la salita a jugar a algo y a
decir palabras que en ese entonces a mí me parecían muy extrañas, y como yo
tenía mucha curiosidad, mi madre empezó a incluirme en sus sesiones. Resulta
que ella daba “clases” con juegos, y que esto era lo que verdaderamente le
llenaba y le hacía feliz. Gracias a ella conseguí un nivel de inglés bastante
avanzado desde antes que empezáramos a dar inglés como asignatura oficial en el
colegio y me di cuenta de lo diferentes que eran sus clases respecto a las del
colegio. Mientras que en el colegio seguíamos el libro a pies juntillas, mi
madre cogía el vocabulario o lo que nos quería enseñar y se preparaba tarjetas
de muchos colores para unir, e incluso teníamos hasta un juego de mesa por
casillas donde nos preguntaba vocabulario y había actividades dinámicas para
relacionar.
El inglés
se me daba muy bien y pensaba que era porque era muy fácil, pero me di cuenta
de que mis compañeros, o al menos los que no iban a academias como
extraescolar, les costaba más. Cuando pasamos al instituto y vi que todo era
igual, seguir el libro, memorizar y poco más, le pregunté a mi madre que qué
había que estudiar para ser profesora y que yo quería ser una profesora como
ella. Ella me dijo que probablemente había que estudiar filología inglesa o
algo por el estilo, pero que ella no había estudiado para ser profesora, que
ella hacía lo que hacía porque le daba felicidad y que no era algo realmente serio,
pero le apasionaba. Aquí fue cuando me planteé por primera vez que me gustaría
cambiar la manera de aprender que teníamos por la que yo había aprendido y
hacer del inglés una asignatura más accesible para los estudiantes. Al entrar a
Bachillerato e informarme más sobre las carreras, me di cuenta de que filología
y la literatura no iban demasiado conmigo, pero que había una carrera que se
llamaba Traducción y me hizo pensar en las veces que nos sentábamos mi madre y
yo a cantar y traducir canciones y que, gracias a esos momentos, mi amor por el
inglés creció exponencialmente. Por todo ello, finalmente me decidí a entrar a
la carrera y posteriormente al Máster de Profesorado con la esperanza de dejar
una pequeña huella en otros estudiantes, como la que mi madre dejó en mí.